Ciencias Naturales y Museo: una piedra fundacional de la UNLP

La emblemática institución creada por Francisco P. Moreno en 1884 fue semillero de distintas facultades platenses
La facultad de Ciencias Naturales y Museo recibió esa denominación recién en 1949. Pero el origen de su larga y destacada trayectoria es anterior a la fundación de la Ciudad.
En 1877, mediante una ley provincial promulgada en la ciudad de Buenos Aires, por entonces capital de la Provincia, se fundó el Museo Antropológico y Arqueológico de Buenos Aires sobre la base de las colecciones donadas por el doctor Francisco Pascasio Moreno, quien fue nombrado director vitalicio de la nueva institución.
En 1880 se decretó la federalización de Buenos Aires, y el 19 de noviembre de 1882 se fundó la ciudad de La Plata con jerarquía de capital de la Provincia. Fue entonces cuando el Poder Ejecutivo Bonaerense dispuso el traslado del Museo a la nueva ciudad, hecho que se concretó en junio de 1884.
En octubre de ese año comenzó la construcción del edificio en el corazón del Bosque en base a un proyecto presentado por el perito Moreno a las autoridades provinciales. Las obras estuvieron a cargo de los arquitectos Federico Heynemann y Enrique Aberg.
El estilo arquitectónico no escapó a la tendencia dominante en Europa en esa época, ubicándose en el contexto neoclásico, particularmente dentro de su vertiente neogriega. Su inauguración oficial tuvo lugar el 19 de noviembre de 1888.
En rigor, el Museo platense fue una de las instituciones fundantes de la Universidad creada, en 1905, por Joaquín V. González.
Antes de continuar con la historia del Museo como piedra basal de la Universidad platense, vale rescatar los ideales que guiaban a Francisco P. Moreno.
El científico consideraba que la institución debía cumplir una doble función: ser un museo de exposición destinado a la instrucción popular y un centro de estudio de la naturaleza nativa.
Pese a las colecciones iniciales donadas por Moreno, la cantidad de objetos era insuficiente para llenar los amplios salones. La falta de personal para ampliarlas surgió como uno de los principales problemas, por lo cual se convocó a reconocidos naturalistas como Florentino y Carlos Ameghino, Carlos Spegazzini, Alcides Mercerat y Santiago Roth, entre otros.
Durante los primeros años, los esfuerzos se concentraron en el incremento de las colecciones a partir de donaciones, expediciones a distintos territorios de la Provincia y compras a coleccionistas o naturalistas viajeros.
Para 1890, el Museo ya estaba organizado en cinco secciones: Antropología y Arqueología, Botánica, Geología y Mineralogía, Paleontología y Zoología.
En esa década se fortaleció el perfil científico con la contratación de especialistas de otros países, la exploración por el territorio nacional, las publicaciones y los intercambios con instituciones extranjeras.
Cuando en 1905 Joaquín V. González eligió a La Plata para fundar una nueva universidad nacional, que se sumaría a las ya creadas en Córdoba y Buenos Aires, el proyecto contemplaba la unificación de los institutos científicos y de enseñanza superior de administración provincial y nacional que funcionaban en la Ciudad.
En esa época, las instituciones provinciales sufrían la inestabilidad política y económica, mientras que la nueva universidad se proyectaba como un gran centro científico moderno donde se integrarían la enseñanza e investigación que el país demandaba.
En ese marco, el Museo de La Plata y la Universidad Provincial, con sus escuelas de Derecho y Ciencias Sociales, Medicina (escuela de parteras), Ciencias Exactas y Fisicomatemáticas y Química y Farmacia, fueron nacionalizadas e integradas a la estructura de la flamante Universidad Nacional de La Plata. Corría el año 1906.
González sostenía que el Museo no perdería “su destino como centro de estudio y exploración del territorio y conservación de sus tesoros acumulados, sino que estas cualidades se harán mucho más notables poniéndose al servicio de la instrucción científica de la nación entera bajo el plan metódico y coordinado de una universidad”.
Moreno renunció a su cargo de director. Lo sucedió el arqueólogo y lingüista Samuel Lafone Quevedo. Si bien algunos historiadores entienden este pasaje como una ruptura en la historia institucional, debe considerarse la inclusión del Museo a otro sistema de instituciones e ideas en un contexto de profundas transformaciones sociales, políticas y económicas.
El amplio edificio, las numerosas colecciones y especialistas extranjeros con que contaba para entonces lo convertían en un espacio ideal para la articulación entre la investigación, la enseñanza universitaria y la divulgación de las ciencias.
De hecho, en sus salas comenzó a impartirse no sólo la enseñanza de las Ciencias Naturales; funcionaron, además, las Escuelas de Química, de Dibujo y de Geografía. Y, más adelante, la de Medicina.
En la planta inferior, donde estaban los laboratorios, depósitos de colecciones, talleres de preparaciones y, anteriormente, el taller de impresiones de la Provincia, se debieron reacondicionar los espacios para albergar a docentes y estudiantes.
También surgió la necesidad de construir un aula de amplias dimensiones o salón de actos. Con ese fin se techó uno de los patios internos, que se convirtió en un anfiteatro con capacidad para 500 personas. Al lugar se llevaban especímenes y aparatos de demostración, al tiempo que se realizaban proyecciones luminosas para acompañar las exposiciones orales.
El gobierno del Museo se adaptó a la nueva estructura universitaria incluyendo un Consejo Académico, ámbito que favorecía la participación de los profesores titulares.
Los científicos encargados de las secciones también pasaron a formar parte del sistema universitario cumpliendo la doble función de profesores titulares y jefes de sección. De este modo, se logró estrechar el vínculo entre la investigación y la docencia.
En 1912 se le dio el nombre de Escuela de Ciencias Naturales. A partir de 1919 se lo llamó Museo-Facultad de Ciencias Naturales. Y en 1932, Escuela Superior de Ciencias Naturales e Instituto del Museo.
Como se indicó, en 1949 se le asignó la denominación que lleva hasta la actualidad, es decir, facultad de Ciencias Naturales y Museo.
Más allá de los diversos nombres, lo cierto es que durante más de 80 años Museo y facultad compartieron el mismo sitio. Es que, en las primeras décadas, el número de estudiantes permitía la enseñanza en los laboratorios y aulas, pero a partir de los años ‘40 se amplió la matrícula a tal punto que superó la capacidad de los espacios disponibles.
Recién en 1994 la facultad propiamente dicha contó con un edificio propio, en 122 y 60, para desarrollar la actividad docente. Mientras, en el histórico Museo quedaron las colecciones, laboratorios, talleres y salas de exhibición. Pese a ser único en su tipo en América Latina y uno de los que más visitantes recibe, actualmente no cuenta con una partida propia en el presupuesto que fija el gobierno nacional para la UNLP.